miércoles, 11 de junio de 2008

Nuestros docentes: La vida es un pestañeo

La vida es un pestañeo

Por: Carolina Lucero

Aquel jueves 26 de octubre de 2006 amanecía con una atmósfera extraña. Por alguna razón el invierno no terminaba de irse y los congestionamientos seguían –y siguen- a la orden del día. Es increíble que a pesar del precio del petróleo los embotellamientos son la moda de nuestro país.

Matemáticamente –y religiosamente- Genaro Hernández pegó el acostumbrado brinco y saltó de la cama, tomó su ducha, bebió el cafecito que su dulce esposa le había preparado y luego de aquel beso que no falta nunca, se dirigió al garaje de su vecino, quien estaba listo para el aventón al trabajo que le había ofrecido la noche anterior.

«Eran las 6: 10 a.m. Recuerdo que mi vecino iba sonriente –como siempre- hablando de la economía y de las dificultades que se nos están presentando con el alza en los precios, cuando… por un momento, sentí como un zumbido, un rechinar de llantas… un pestañeo… Después ya no me acuerdo.»

«No estoy seguro de la hora en que desperté, pero atardecía. Estaba en la cama de un hospital y frente a mi una figura vestida de blanco… -era el doctor- quien al verme “de vuelta” me preguntó si sabía quién era mi esposa. Como toda respuesta empecé a cantarle aquella canción que le dedico a ella cuando me quiero sentir tiernito… A esa pregunta sucedieron muchas más. El temor principal de los doctores era que quedara “directo”, dado que tuve muchos golpes en la cabeza y tuvieron que coserme varias veces. »

Nadie sabe que ocurrió. Como siempre solo quedan testigos mudos… por la sorpresa. No obstante la televisión se hizo presente y al reconstruir la escena aciertan en que a la altura de la colonia La Mascota, cuando el vecino del Ing. Hernández giró, un microbús le cerró el paso impactándolo por el lado del copiloto. Las noticias divulgaron imágenes de un vehículo que descansaba sobre su lado derecho. Sobre el asfalto, en perspectiva, un zapato huérfano…

«Señora» dijeron los visitantes alargando el zapato, pero Doña Violeta se lo imaginó todo.
«¿Qué pasó con él?» Les inquirió «¿ A dónde se lo llevaron?»
«Tranquila. Gracias a Dios está vivo. ¡Es todo un milagro! A pesar de que el Seguro Social está en huelga logramos colocarlo y ya le dieron atención. »
«¡Bendito sea el Señor!»

El otro zapato apareció en el Seguro. Allí se envolvió junto con la ropa que quedó al desnudarlo –le quitan la ropa a los pacientes al ingresarlos- . Luego le cosieron las heridas de la cabeza. Al intentar pararse al día siguiente, perdió el equilibrio y se descubrió que la sacudida dentro del vehículo le había aflojado el ligamento ileo femoral -una articulación- de la pierna izquierda, la que ya no le respondía y que de inmediato exigía rehabilitación. Un examen más detallado reveló también la fisura en el tobillo.

«En el hospital estuve ingresado cuatro días. Desde el jueves hasta el domingo. Los médicos me dijeron que estaban asombrados de mi rápida recuperación. Claro, me quedaba el período de rehabilitación, el cual asimilé lo más que pude. Me sentía preocupado por unos informes que tenía pendientes para entregarle a la Jefa.»

«No podés hacerlo ahorita» Me decía mi mujer. «Imagínate que te hubieras muerto, en lugar de informes, nosotros estaríamos dando lástima…»

«Tenía razón ella. Yo reconocía que en esos momentos estaba en las manos de Dios. Sólo Él podía hacer la obra. Entonces me encogí de hombros y descansé en su grandeza.”

«Ya de regreso en mi casa la relación con mis hijos se estrechó. Sentía a mi esposa como una pajarita proveyéndome de todo y a mis hijos como pequeños polluelos consintiéndome. Mi hijo Eduardo vivía con cara de aflicción. Aquello se volvió un desfile de gente que entraba y salía dándome las enhorabuenas de que siguiera vivo.» « De pronto –te digo- uno se vuelve más niñón. Un día la medicina que me tomé que quizás contenía efedrina o algo parecido, hizo que agarrara tembladera y creí que me iba a morir. Mi pobre hermana que se encontraba conmigo se preocupó demasiado…»

Diciembre se dejaba sentir con sus arbolitos de navidad. La propaganda en los estantes, los muñecos de nieve, las canciones en las esquinas de las ventas de CDs… Genaro volvió a la oficina. Con dificultad subía las gradas. Habían pasado 45 días desde aquel percance.

«Cuando uno está acostumbrado a ir de aquí para allá y de allá para acá es difícil quedarse quieto. En mis 25 años de trabajo, jamás me ha gustado sentirme inútil. Por eso volví. Todos me decían que muy pronto había vuelto.» «Anda a pedir más incapacidad » me decía el Arq. Porras, «pero yo de necio seguía trabajando y para descansar al mediodía me recostaba sobre las mesas de la sala de consulta, hasta aquel día en que se me bajó la presión y Rony y otro compañero me fueron a dejar al ISSS. Creo que Dios no me quiere allá arriba todavía porque me atendieron como cinco doctores ese día…» «Allí fue cuando le dije al doctor: “Doctor, deme más incapacidad” “No” –me dijo- “porque en la casa te vas a morir…” Entonces me encogí de hombros y dada mi adicción al trabajo, seguí trabajando con más ganas.”

«Fui a disculparme con mis estudiantes. Volver era difícil. Me dolía todo. No ponía cara amable. Al final creo que me evaluaron con 8 y algo. Me dolió porque siempre soy de los mejor evaluados, pero lo voy superando…»

« ¿Considera usted que Dios lo salvó?
«Si. Creo que así fue. Sin embargo el que yo estuviera ahí fue usado por Dios para ayudar a otros. Fíjese que el día que salí del hospital un amigo de la comunidad en la que me congrego me fue a visitar, pero yo ya me había ido. Entonces él, buscándome por las salas fue a encontrar a otro amigo que estaba hospitalizado y a quien nadie había visitado, y por supuesto, aprovechó para hacerle la visita a él. Creo firmemente que Dios le envió esperanza a través de ese hecho.»

«Le doy gracias a Dios porque mis amigos han estado junto a mi en estos momentos. Hubo un momento que en que me sentía tan desesperado que fui donde Mariel de Pineda y me recomendó que hablara con una psicóloga, Margarita Quehl. Ella me dijo que lo primero que tenía que hacer era pararme frente al espejo y conocer al nuevo Genaro. Aceptar al nuevo Genaro, porque el viejo no volvería jamás. Desde entonces me paro frente al espejo y me saludo, y me quiero.»

«Actualmente no me siento al 100%, siento que me recuperado en un 85%. En estos casos uno se recupera de unas cosas y le salen otras. Los dolores de la pierna y de la columna han sido intensos, me he vuelto hipertenso. También tengo problemas con mi ojo izquierdo. Hay días en que no duermo con ese ojo –por increíble que parezca- pero todo eso ya no importa, porque sé que Dios me ha usado para sus propósitos, y me siento feliz. He entendido que el dolor no se me va a quitar y que sobre ello debo seguir trabajando. »

«Este accidente ha sido una oportunidad para demostrarme que soy muy útil. Ahora no importa si estoy recargado de trabajo o me siento agotado. Trato de cumplir con mis tareas en la UTEC y no descuido mi casa ni mi comunidad de la iglesia. He optimizado el tiempo para cantarle a Dios. Creo que he hecho más en estos meses para mi iglesia que lo que hice en 15 años. Me siento orgulloso de estudiar para Dios. Así he recibido varios diplomados y otros que nos ayudan a servirles.»

Definitivamente la experiencia del Ing. Hernández se vuelve importante dentro de la FICA, tanto para motivarse a sí mismo como para motivar a los demás. Lo más difícil de retomar el camino, o de caerse, es volver a empezar, y Genaro lo ha hecho con entusiasmo, venciéndose a sí mismo y enseñándonos que lo más importante en tiempos difíciles es ese amor maravilloso que nos viene desde lo alto.

«He decidido que no voy a olvidar lo que me ocurrió. Aunque sea difícil. A veces me veo en el video de los 15 años de mi hija Violeta del Carmen y veo el desmejoramiento en que me tenían los medicamentos y la dieta. Fue duro pero he aprendido de la experiencia. Antes creía que no podía aprender más, pero ahora a mis 44 me doy cuenta que el remanso de Dios ha anidado para siempre en mi vida.»

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